15 noviembre, 2024

Por Marco Antonio Aguilar

En la vasta extensión del Estado de México, donde casi 2.5 millones de perros y gatos viven en la calle, existe una historia personal que me llena de esperanza y gratitud. Es la historia de Nash y Hanny, dos almas peludas que encontraron en mi hogar un refugio y una nueva oportunidad de vida.

Nash llegó a la vida de mi familia en un día nublado, con el cuerpo delgado y el corazón herido. Sus ojos, sin embargo, reflejaban una chispa de esperanza que no había sido apagada por los días difíciles en la calle. Hanny, por su parte, era una pequeña bola de energía atrapada en una vida sin rumbo, vagando sin saber si encontraría el próximo bocado de comida o un lugar seguro para dormir. En el momento del rescate, Hanny estuvo a punto de ser atropellada.

Adoptar a Nash y Hanny sin duda cambió sus vidas, aunque en realidad ellos cambiaron la vida de mi familia. Cada día, al mirarlos, sus ojos llenos de amor nos agradecen silenciosamente el haberles brindado un hogar. Sus colas que se mueven sin cesar, los saltos de alegría al vernos llegar a casa, y el hecho de que ahora cuentan con una cama limpia y calientita son pequeños milagros cotidianos que nos recuerdan el poder de la compasión.

Pero no todos los perros y gatos de la calle corren con la misma suerte. Hay millones en México que todos los días sufren todo tipo de abusos, y ese sufrimiento se refleja en sus rostros. Nos preguntamos por qué nuestras autoridades no toman acciones realmente eficaces y contundentes para que desaparezcan de las calles.

Los que amablemente me están leyendo podrán decir que eso es imposible, pero miremos el ejemplo de Holanda, un país que ha logrado erradicar la problemática de los perros callejeros. Tomaron medidas que podríamos replicar aquí. Con jornadas de esterilización masiva, leyes contra el abandono animal y un sistema de adopción robusto, los holandeses demostraron que con compromiso y voluntad, se puede cambiar el destino de miles de animales.

En Holanda, se implementó el programa RCVD (Recoger, Castrar, Vacunar y Devolver), financiado por el gobierno. Además, se subieron los impuestos a los perros vendidos en tiendas de mascotas, invitando a la gente a adoptar desde refugios. También, establecieron estímulos económicos para las personas que adoptan perros, y los servicios veterinarios corren a cargo del gobierno, evitando que el cuidado de los animales se convierta en una carga económica para las familias que adoptan. La creación de una policía animal, encargada de vigilar los delitos contra los animales con multas de hasta 16,500 dólares, aseguró que el abandono y el maltrato fueran severamente castigados.

Aquí, en nuestro querido Estado de México, cada perro y gato callejero tiene una historia que contar. Cada uno de ellos sueña con encontrar un hogar donde puedan sentirse seguros y amados. La responsabilidad no solo recae en las autoridades, sino en cada uno de nosotros. Adoptar no es solo un acto de generosidad, es una declaración de amor y empatía.

Nash y Hanny me enseñaron que la gratitud y el amor incondicional pueden transformar vidas. Su presencia en nuestro hogar ha llenado nuestros días de alegría y ha reforzado la idea de que cada animal merece una segunda oportunidad. Al mirarlos, pienso en los millones de animales que aún esperan, y me pregunto cuántas más historias de amor podrían escribirse si todos diéramos un paso al frente.

Hagamos de nuestra comunidad un lugar donde los animales no sean abandonados a su suerte. Eduquemos, esterilicemos y adoptemos. Porque detrás de cada mirada perdida en la calle, hay un corazón esperando por un milagro. Nash y Hanny son la prueba viviente de que los milagros de cuatro patas existen, y están esperando por nosotros.

Que cada ladrido de un Nash y en cada caricia de una Hanny, encontremos la fuerza para seguir adelante, luchando por un mundo donde ningún animal tenga que sufrir en las calles. Un mundo donde todos puedan experimentar el amor y la seguridad de un hogar. Un mundo que, juntos, podemos construir.

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